Mi nombre es Micaela Rodríguez, tengo 20 años y soy de Buenos Aires, Argentina.

Cuando tenía 4 años mi papá empezó a abusar de mí diciéndome que estábamos jugando a ser novios, me decía que era un secreto, que mi mamá no podía saberlo. Yo no entendía qué estaba pasando, nadie me había explicado nunca que esto podía pasar y que estaba mal.

Pasaron los años y él seguía violentándome de todas las formas posibles, empezó a decirme que a mí también me gustaba y que si le contaba a mi mamá ella se enojaría conmigo. Estaba llena de culpa, de vergüenza, de miedo.

De adolescente seguía abusando de mí, mis papás se separaron y yo tenía que ir a su casa. La psicóloga decía que eran caprichos de adolescente y que, aunque dijera que no quería, debía ir con él.

Empecé a autolesionarme, me lastimaba el cuerpo con cualquier objeto filoso, y empecé a estar medicada por la depresión a los 13 años.

A los 15 años intenté quitarme la vida, terminé internada y al día siguiente con mil interrogatorios, quería gritar lo que estaba pasando y si bien solo estaba la psicóloga en la habitación, fuera de ella estaba quien seguía abusando de mí.

Una parte de mí quería vivir, solo quería acabar con el dolor, al ver que sobreviví no sabía cómo sentirme, porque los abusos, iban a seguir.

Apenas un año después, con 16 años, le puse nombre al miedo, a lo que me pasaba, aún como víctima abrí una cuenta en Facebook “Por una Infancia sin Dolor” y conté lo que me sucedía de forma anónima, muchas personas me decían que eso era abuso sexual, que no debía quedarme callada. Solo necesitaba que alguien me lo dijera y me diera fuerzas.

A pesar del miedo, ese año, en 2015, dije “no vuelvo más a la casa de mi papá, aunque me obliguen” y respetaron mi decisión, ya no era una niña.

Ese mismo año en la escuela le conté a mi profesora de inglés lo que me había hecho por 12 años, ella leyó mi perfil en ese momento – que después se volvió una página – y a los pocos días hizo la denuncia.

Mi familia paterna al enterarse de la denuncia me dejó de hablar, me bloquearon de todas las redes sociales, como si la culpable fuera yo.

En la Justicia tampoco me escucharon, me interrogaron miles de veces y a él ninguna. Le dieron el sobreseimiento, lo dejaron sin cargos.

Pero mi página tenía más poder que antes, me di el nombre de sobreviviente y “Por una Infancia sin Dolor” se volvió para mí y para muchos en un ícono para la lucha contra el abuso sexual.

Hoy entiendo de quién es la vergüenza realmente, quién tiene que esconderse. Pensé por años que me llevaría este secreto a la tumba y él seguiría con su máscara de “padre cariñoso”. Hoy grito que los culpables de una violación no son la pollera corta, el lugar o la hora, sino los violadores. No nos callamos más.

 

Por Micaela Rodríguez (Argentina)

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